jaume
7 de septiembre de 2010
Nunca es fácil hablar de un accidente mortal. De ninguno. Pero incluso menos si ha sido retransmitido en directo a millones de hogares en todo el mundo, y repetido en todos los telediarios. Desde aquí, quiero dedicar este humilde escrito a la memoria de Shoya Tomizawa, fallecido el pasado domingo por las heridas causadas en un accidente durante el desarrollo de la carrera de Moto2 del Gran Premio de San Marino.
Pero también quiero dedicarlo a todos aquellos motoristas anónimos que han perdido la vida; o aun peor, las ganas de vivir. Sobre todo, a aquellos que la han perdido en tráfico abierto, sin contar con las enormes (aunque, por desgracia, insuficientes) medidas de seguridad de la competición.
Y aunque pueda parecer un poco luctuoso hablar de esto con las dolorosas imágenes tan recientes en nuestra retina, quiero escribir este artículo, porque creo que comprender de donde vienen los riesgos es el primer paso para evitarlos. Sé que cuesta, pero intentemos abstraernos de lo sucedido, y analicemos las consecuencias de los accidentes de moto desde el punto de vista riguroso y frío de la Física.
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La principal diferencia entre un motorista y un automovilista es que el primero no se encuentra físicamente ligado a su vehículo. Eso quiere decir que al producirse un accidente, lo habitual es que la persona se separe de su montura. Esto tiene un lado positivo y uno negativo (aunque parece obvio que gana el negativo).
El lado positivo es que, al quedar desligado de la moto, en los golpes que reciba el cuerpo del piloto únicamente importa su masa. En cambio, en los vehículos de cuatro ruedas, además de la masa del conductor se debe sumar la del vehículo y la carga. Por lo tanto, el motociclista libera menos energía al colisionar.
Ahora bien, la parte mala es que, obviamente, toda la energía va a parar a su cuerpo. El motorista no dispone de una carrocería que pueda deformarse absorbiendo gran parte de la potencia disipada en las colisiones.
Simplificando un poco, podemos encontrar tres mecanismos diferentes por los que un motorista puede sufrir daños (aunque, en ocasiones, los diferentes mecanismos se mezclan entre si y puede ser difícil diferenciarlos). A saber: la caída inicial, el deslizamiento por el suelo y la colisión con otro objeto.
Recordad que lo que provoca daños realmente son los cambios bruscos de velocidad. Es decir, las aceleraciones. Según la segunda ley de Newton, si un cuerpo cambia de velocidad es porque existe una fuerza neta, cuyo valor es igual al producto de la masa por la aceleración. Es decir, cuanto más brusco es un cambio de velocidad, mayor es la fuerza involucrada. Y está claro que las fuerzas son el enemigo a evitar en una colisión.
Vayamos por partes. La primera parte del accidente transcurre entre el instante en que, desgraciadamente, el piloto pierde el control de su vehículo (por lo que sea: mal pilotaje, un golpe de otro vehículo, dificultades técnicas o de la vía, etc.) y el momento en el que golpea contra el suelo por primera vez.
Normalmente, en esta primera colisión el desdichado motero no pierde toda la velocidad con la que venía en la moto, sino que se sigue deslizando por el asfalto. En principio, que esto ocurra es positivo. Al no perder toda su velocidad de un golpe, la (des)aceleración sufrida es mucho menor.
De hecho, esta primera colisión es prácticamente equivalente a caerse de la moto en parado. Claro, si el motorista lleva mucha velocidad, después pueden ocurrir más cosas (deslizamiento por el asfalto hasta chocar contra los límites de la vía, por ejemplo). Pero el primer golpe en sí, viene a ser lo mismo.
Durante el viaje normal, el motorista no va demasiado lejos del suelo. Quizá un metro, un poco más. Por lo tanto, la primera caída en si no es muy grave, no hay mucha altura. Depende de como sea la caída, claro. Si una de las extremidades cae en mala postura, o recibe el impacto del resto del cuerpo, puede que se rompa (brazos, piernas y clavículas rotos, rodillas destrozadas, etc.).
El mayor peligro en este caso es un golpe en la cabeza. Por eso, precisamente, la cabeza es el único lugar donde los motoristas disponen de algo similar a la carrocería de un coche para absorber los impactos: el casco. Además, los mejores cascos también incluyen mecanismos similares al HANS de la F1 que reducen el otro gran riesgo: el desnucamiento.
Por hoy, lo dejaremos aquí. En la segunda parte hablaremos de los otros dos fenómenos por los que un motociclista puede sufrir daños al verse involucrado un accidente: la fuerza de fricción al deslizarse por el asfalto y, lo peor de todo, la posibilidad de colisionar contra algún elemento de la vía u otro vehículo en movimiento.
Fotos | Iván Salas, Uberto
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