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 "Si voy a 120, me duermo"

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PANEURO500
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PANEURO500

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MensajeTema: "Si voy a 120, me duermo"   "Si voy a 120, me duermo" Icon_minitimeMar 29 Sep 2009, 08:33

"Si voy a 120, me duermo"

Posted:
27 Sep 2009 07:49 AM PDT
"Si voy a 120, me duermo" Nino_vw_dsg
He leído la frase en infinidad de ocasiones y siempre me llama la atención.
Es un clásico del debate sobre los límites de velocidad. “Si
voy a 120, me duermo” es el eslogan perfecto para quienes reclaman que se les
deje circular más rápido por la autopista. Y cada vez que lo leo pienso en un
conductor que, con pijama, gorrito y palmatoria, se mete en el coche con el
ánimo de echar una cabezadita. Cosas de mi imaginación.
Al parecer, la justificación de esta afirmación premonitoria y con un puntito
de amenaza social tiene algo que ver con la Biología: “Si en vez de a 120 voy a
150 o 160 mi cuerpo segrega adrenalina y así me mantengo más
atento a mi alrededor. Si me hacen ir a 120, me aburro y me despisto más, y
además corro el riesgo de dormirme al volante, con lo que soy un riesgo para la
seguridad vial”, leo con fruición mientras pongo a trabajar toda mi empatía con
ganas de comprender esta línea de pensamiento.

"Si voy a 120, me duermo" Adrenalina
Pienso en la justificación de la adrenalina y reflexiono un instante. Sé que
la adrenalina es una neurohormona que segregamos al ponernos en situación de estrés
biológico, como el animal que acecha a su presa antes de saltar sobre ella.
La adrenalina hace que aumente nuestra respiración y con ella la
oxigenación de nuestra sangre, hace crecer también nuestra
concentración de glucosa en sangre para que el cuerpo nos
responda con inmediatez en cuanto se lo pidamos; aumenta nuestro ritmo
cardiaco
y nuestra tensión arterial para impulsar con
mayor eficacia esa sangre enriquecida por todo nuestro organismo y nos dilata
las pupilas para permitir una mayor entrada de luz a través de nuestros nervios
ópticos y que así visualizacemos mejor nuestro entorno.
La adrenalina, en definitiva, es la cerilla sostenida junto a la mecha de un
barreno de excavaciones y derribos. Una vez la ponemos en marcha, desencadenamos
toda una serie de reacciones químicas que tienen como propósito
que el organismo dé una respuesta excepcional, siempre más
exigente de lo que sería una respuesta normal.
Resumen: Segregamos adrenalina cuando existen requerimientos psicofísicos más
acentuados de lo normal ante una situación de peligro y esta neurohormona hace
que podamos cumplir a la perfección aun cuando estamos operando por encima de
nuestros límites habituales.
"Si voy a 120, me duermo" Adrenalina
Sin embargo, a toda esta operativa tenemos que contraponerle cuatro
“peros”.
Uno. Cuando le exigimos un esfuerzo a nuestro organismo, consumimos
recursos.
Nuestro cuerpo no hace nada gratis. Si la demanda de trabajo
que le hacemos es excepcional, nuestro consumo de energías también lo será. Y
como el organismo necesita reponerse, nos dará una llamada de atención en forma
de cansancio. Si desoímos esa llamada, el cerebro desconectará
el botón principal de nuestro organismo para preservarlo de sobrecargas. En
otras palabras, caeremos dormidos, de forma similar (salvando
las distancias) a lo que les ocurre a quienes se meten una raya de
cocaína y tras la euforia les sobreviene el bajón. Efecto rebote.
Dos. Lo excepcional no puede transformarse en lo
habitual.
Bueno, o sí que puede, pero entonces quemaremos muchos más
recursos (de lo habitual), con lo que nos cansaremos mucho más (de lo habitual).
Y además, dejaremos de tener esa reserva extra para cuando realmente la
necesitemos. Aunque haya conductores que sostienen que la adrenalina los
mantiene activos y despiertos, nuestro cuerpo tolera estos abusos hasta cierto
punto. Pasado este límite, el efecto que se obtiene es el contrario al que se
pretende. Y, de hecho, un exceso de adrenalina puede ser muy perjudicial para
alguien que (aun sin saberlo) tenga problemas vasculares que no se le hayan
manifestado todavía, de forma que podría llegar a sufrir una angina de pecho, un
infarto o un ictus. Adrenalina, la justa para cuando la
necesitamos.
Pasado el límite, se nos puede volver en contra. ¿Y dónde
está ese límite cuando estamos al volante? Es cuestión de cargar una bala en el
tambor del revólver y voltearlo antes de disparar, a ver qué pasa. Ruleta
rusa.
Tres. Nuestro organismo tiene una capacidad asombrosa para autorregularse y
volver al estado basal. Siendo así las cosas, ¿quién nos
garantiza que circulando durante un tiempo a 150Km/h no nos dormiremos o nos
aburriremos de nuevo? ¿Qué deberíamos hacer entonces? ¿Acelerar hasta 170Km/h?
¿Y al cabo de unos días subiríamos hasta 200Km/h? Es la espiral del nivel basal.
Y si un conductor se estanca porque siente que a cierta velocidad ya no controla
su vehículo… seguramente es que esa velocidad resulta excesiva no ya para las
condiciones del tráfico y de la vía, sino directamente para él como conductor.
Riesgo absurdo.
Y cuatro. La adrenalina, esa hormona que nos activa, puede
estimular al cerebro para que produzca dopamina. Y la dopamina
es esa hormona que se encarga de la sensación del bienestar y que puede crear
adicción. Dicho de otra forma, segregamos adrenalina para que nuestro cuerpo
trabaje más de la cuenta, nos cansamos y además, como nos lo pasamos bien,
tendemos a repetir, con lo que segregamos más adrenalina, nos cansamos más, nos
lo pasamos bien y tendemos a repetir. Y volvemos a segregar adrenalina… Círculo
vicioso que se rompe cuando la ruleta rusa se detiene ante la bala.
"Si voy a 120, me duermo" Frenazo
A mayor velocidad, mayor exigencia



Quizá cada conductor tiene su propia velocidad de confort,
una velocidad de marcha a la que se siente cómodo y seguro. Pero esa velocidad
de confort no tiene nada que ver con el hecho de ir demandando sobreesfuerzos a
su organismo, más bien al contrario. Para que un conductor lleve su vehículo a
una velocidad cómoda, su nivel de atención no puede ser excepcionalmente alto ni
excepcionalmente bajo, sino que debe conducir con un nivel de atención
medio.

De hecho, las innovaciones tecnólogicas en los vehículos
(que han
evolucionado de forma espectacular en los últimos años) y la continua mejora
de nuestras carreteras (cuyo estado, por mucho que nos quejemos, ha progresado
mucho desde los tiempos de nuestros abuelos) a veces nos llevan a creer que
circular por encima de los límites legales no tiene consecuencias para nuestra
seguridad. Y ahí caemos en el exceso de confianza, contrarrestando con nuestra
actitud la evolución histórica experimentada por la seguridad activa y pasiva de
nuestros vehículos y vías e ignorando (a veces de forma deliberada) los límites
que nos impone la Física.
¿Qué ocurre si incrementamos la velocidad de 120Km/h a 150Km/h, por ejemplo?
En primer lugar, la energía cinética que acumula un vehículo
cuando se mueve aumenta de forma brutal. Dice la Física que Ec=1/2mv2,
por lo que un vehículo que varíe su velocidad de 120Km/h a 150Km/h verá
incrementada esa energía cinética en un 56,30%.
En otras palabras, necesitaremos emplear un 56% más de elementos de frenado,
suspensión y neumáticos para conseguir una desaceleración similar que la que
tendríamos a 120Km/h. Y si no es posible detener el vehículo en condiciones de
seguridad, entonces los daños sufridos pueden ser un 56% mayores al aumentar la
velocidad en estos términos.
"Si voy a 120, me duermo" R-300Por otra parte,
aumentar la velocidad también hace aumentar la distancia de
reacción
y la distancia de frenado. A 120 Km/h
recorremos 33 metros en un segundo. Si reaccionamos en la mitad de ese tiempo,
nuestro vehículo viajará durante 17 metros sin control. Al aumentar la velocidad
a 150Km/h, ese recorrido será de 21 metros. Y luego el vehículo tendrá que
detenerse, para lo que empleará ese 56% más de espacio que lo que necesitaría
para detenerse viajando a 120Km/h. Simulador en mano, a 120Km/h obtengo una
distancia de frenado de 84 metros, que se incrementa hasta 132 metros cuando
aumento la velocidad a 150Km/h.
Al final, si voy a 120Km/h recorro 100 metros entre que veo un problema y
consigo detener el vehículo. Y si voy a 150Km/h, esa distancia que recorro pasa
de 150 metros. Por tanto, si aumento la velocidad de 120Km/h a 150Km/h,
mi distancia de seguridad con el vehículo de delante
tendría que incrementarse en al menos 50 metros, algo difícil
de conseguir si circulo muy por encima de la velocidad del resto de
vehículos.
Y ahora viene lo más feo del asunto. Por muy cargado de adrenalina que
circule, la diferencia que voy a conseguir en tiempo de
reacción y en tiempo de frenado
no va a ser significativa comparado con
la diferencia entre distancias de reacción y de frenado que encontraré al
aumentar la velocidad. En otras palabras, conducir hiperactivado no me va a
ayudar a evitar una colisión, más bien al contrario. Y eso será así, sobre todo,
si he abusado de mis límites y el cuerpo está a punto de pasarme factura.
Me pregunto: ¿Qué ocurrirá si falla algo? ¿Y si encuentro un imprevisto en el
camino?
No se trata de demonizar causas, pero si yo pensara que por mantenerme a un
nivel de velocidad legal me duermo realmente, quizá sería por un problema de
salud que me incapacitaría para el manejo de vehículos. En un caso como este,
una visita al médico seguramente me sacaría de dudas. Y si se trata de defender
el incumplimiento de los límites de velocidad, entonces basta con tener en
cuenta cómo opera la adrenalina sobre nuestro organismo, en qué medida el
vehículo se ve afectado por el aumento de la velocidad y qué consecuencias puede
tener todo esto para nuestra conducción y para la seguridad propia y la de los
demás.
Asesoramiento médico | Dr. Josep Serra
Foto | Josep Camós (composición a partir del spot del cambio DSG de
Volkswagen), NEUROtiker,
Nickjackson,
mikelo
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